Resumen Augusto Pérez es un hombre bastante joven y educado, quien lleva una vida apacible. De posición acomodada, vive solo porque sus padres ya habían muerto; comparte la casa con sus criados, el matrimonio formado por Domingo y Liduvina. Además de las tareas domésticas, actuarán de consejeros en momentos delicados. Augusto se topa en la calle con una muchacha bella y atractiva, Eugenia, de la que se enamora locamente. Eugenia es profesora particular de piano y vive con unos tíos de humilde pasar. Al poco se entera de que Eugenia tiene un novio, llamado Mauricio, hombre vago y un poco cínico. Por casualidad (se cae una jaula con un pájaro, Augusto la recoge y resulta que el propietario son los tíos de Eugenia, Fermín y Ermelinda), entra en casa de Eugenia y entabla conversación y amistad con los tíos. Insinúa sus pretensiones para la joven, cosa que a los tutores les parece bien, pues a la vista está que Augusto es una persona adinerada. Augusto juega al ajedrez en el casino con su amigo Víctor Goti; le pide consejo sentimental y este le recomienda prudencia y cabeza fría. El capítulo cuatro justifica el título de la novela: Augusto monologa –piensa en voz alta — y concluye que la vida está sumida en niebla, pues no se puede discernir con claridad los objetos, emociones e ideas que pueblan la mente humana. Pasea por la alameda de la ciudad; encuentra un cachorrito de perro abandonado y se lo lleva a casa. Lo nombra intencionadamente Orfeo (como el héroe mitológico griego que descendió a los infiernos para rescatar a su amada Eurídice, a la que perdió en el último momento por mirar atrás y contemplarla, cosa que se le había prohibido expresamente). Augusto vuelve a la casa de la joven y habla con sus tíos, que lo acogen de buena gana, pero ella lo trata con frialdad. Siguen los pensamientos de Augusto, ahora expresados a Orfeo, acerca de la sustancia de la vida y la muerte, la incógnita del más allá, la angustia del fin de la vida, etc.
Otro
encuentro con su amigo Víctor le hace ver que el enamoramiento es
algo más hondo que una mera atracción, lo que le hace dudar de sus
verdaderos sentimientos. En un encuentro a solas con la chica, en la
casa de ella, se porta como un adolescente atolondrado, lo que
provoca una situación embarazosa que solo finaliza con la llegada de
los tíos de ella. Les anuncia que les pagará la hipoteca, para que
acaben sus agobios económicos, noticia que los tíos acogen con
alivio y deseando ya claramente la boda de Eugenia con Augusto. Este,
por su parte, sufre una súbita atracción por Rosario, la chica
planchadora; ella le corresponde e inician una relación. No mucho
después Eugenia le manifiesta su malestar por haber pagado
la hipoteca, pues ella se sentía rehén de la situación.
Eugenia
se alarma ante el propósito firme de Augusto de buscar el compromiso
matrimonial con ella. Se lo cuenta a su novio Mauricio, quien le
propone que se case con el rico impertinente y que ellos
mantengan su relación en secreto y vivan a costa de Augusto. Eugenia
queda desconcertada e irritada. En tanto, Augusto coquetea con
Rosario, la planchadora, y le cuenta a su perro sus dudas y
confusiones, pues no logra entender del todo su propia situación.
Ermelinda
se presenta en casa de Augusto y le cuenta que su sobrina Eugenia ha
roto con Mauricio, por lo que es el momento de proponerle matrimonio a su sobrina. Otra conversación con Eugenia le hace
ver que ella no lo quiere. Sin embargo, Rosario, suspira por él; por
eso planea un viaje con ella a un lugar lejano, para vivir felices.
Su mayordomo Domingo le recomienda que se entienda con las dos, pues
no hay más remedio.
Augusto se entrevista con un psicólogo o filósofo, Antolín Sánchez, quien le explica los misterios de la psicología femenina. Este hombre le aconseja que se case para experimentar realmente los misterios femeninos. Confuso, vuelve a su casa y vive escaramuzas de amor con Rosario, sin saber muy bien lo que hace. Eugenia al fin cede y le concede palabra de matrimonio, a lo que Augusto reacciona con euforia. Eugenia le pide que le encuentre un trabajo a Mauricio lejos de la ciudad, para alejarlo; Augusto lo hace inmediatamente; al día siguiente lo visita Mauricio para darle las gracias y para anunciarle que se va, pero no solo, sino con Eugenia, pues se aman. Augusto, entre aturdido e irritado, no sabe si vive o sueña. Eugenia le pide contención a su futuro esposo y le insinúa que Mauricio se ha fugado con Rosario, lo que desconcierta a Augusto, pues él tenía sentimientos por esa joven. Al día siguiente recibe una carta de Eugenia, y solo quedan tres días para la boda, revelándole toda la verdad: no lo ama y se va con Mauricio, de modo que lo abandona. Su amigo Víctor le aconseja paciencia. Augusto viaja a Salamanca para entrevistarse con Unamuno, el autor de la novela y de un ensayo sobre el suicidio que le parecía muy interesante. Al percatarse que Unamuno es el autor de sus propias vivencias, lo amenaza con matarlo, pero Unamuno le hace ver que su vida depende él, pues el autor decide el destino de los personajes, que no se pueden rebelar. Augusto le pide clemencia y, de paso, le recuerda que él también morirá, de modo que sus pretensiones de ser un dios creador no pasan del papel. Toma el tren de vuelta a casa, angustiado por el paso del tiempo y la cercanía de la muerte. Ya en casa, come hasta no poder más; se acuesta en la cama, se despierta súbitamente y cae muerto. Su perro Orfeo muere también a su lado, fiel hasta el final. Unamuno recibe un telegrama enviado por el mayordomo de Augusto anunciándole la muerte de Augusto. A Unamuno le entran remordimientos y cierta zozobra; sueña con el joven personaje e intenta volver a soñar para resucitarlo, pero todo es vano. Augusto muere como lo hizo don Quijote trescientos años antes.
Esta “nivola” toca temas filosóficos y existenciales profundos. Entre ellos, hallamos: la verdadera naturaleza de la existencia humana, entre la ficción o el sueño y la realidad más o menos perceptible; la influencia de los sentimientos, muchas veces inexplicables e ingobernables, en el destino de las personas; y, finalmente, la angustia ante la muerte, fin último de la vida humana.
Niebla es
una de las novelas más originales y sorprendentes de Miguel de
Unamuno. Estamos ante una narración con un argumento raro. Sin
embargo, le sirve al novelista para explorar el alma humana,
presentar las vicisitudes de la vida –propias y ajenas— que
reducen la existencia a un camino bastante patético, doloroso y, al
fin, trágico: nacemos para morir, nos guste o no, y conviene aceptar
las leyes de la naturaleza. Como los personajes acaban sus días en
la última página, véase don Quijote, así también los humanos
tenemos los días contados.
Augusto
es un hombre confuso y contradictorio. Comprende las reglas de la
existencia, pero se rebela inútilmente ante ellas. Su final, a causa
de un atracón de comida, es patético y vergonzoso, pero ¿tenía
otra salida tras la sentencia de muerte pronunciada por Unamuno
escritor? El conjunto de la novela nos parece amargo y pesimista.
El
monólogo interior, referido a Augusto, y los diálogos vivos y
jugosos entre personajes nos permite ahondar y conocer un alma
patética, errática, perdida en una existencia espiritualmente estéril y vacía. Todo
es niebla en la vida del hombre y sólo se disipa con su muerte.
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