¡Tenemos que encontrar urgentemente algún remedio!
— ¡Yo sé lo que tenemos que hacer! –Lucero, una niña larguirucha y morena, que vivía en el
lado de la luz, insistía en que ella sabía como arreglarlo-. ¡Esto es lo que hay que hacer! –aseguró
mientras movía una pelota multicolor en sentido contrario a sus pasos.
Al principio, todo el mundo se burló de ella, aunque luego, como no se les ocurría nada,
decidieron escucharla y, al fin, pudo explicar su propuesta:
— La Tierra se ha quedado dormida y hemos de despertarla. Necesitamos el impulso de todos
los habitantes del planeta que estén fuertes para caminar –dijo solemne Lucero-. Si queréis que
vuelva a moverse, tendréis que seguir mis instrucciones al pie de la letra.
Aquel día, veintiuno de marzo, todos los relojes de todos los lugares de la Tierra se pusieron
en una misma hora, minuto y segundo. Era imprescindible que estuviesen sincronizados para
conseguir ponerla de nuevo en movimiento. El sol debería besar todas las cumbres y valles,
repartiendo su luz y su calor sin detenerse en un único lugar. A la hora prevista, todas las gentes que
podían hacerlo salieron a la calle de su aldea, de su villa, de su ciudad... y todos a la vez
comenzaron a andar hacia delante, de Oeste a Este, soplando con fuerza.