En el otro reino, nació una niña muy linda. Al verla, todo el mundo quedaba admirado de tanta belleza.
—Es una niña preciosa. ¡Es tan hermosa! —dijo la reina con gran cariño.
—Será el orgullo de nuestro país. Todos los príncipes vendrán a pedirla en matrimonio. —comentó el rey, muy feliz por su princesita.
—Es cierto, pero tendrá un defecto —dijo el hada que acababa de llegar del reino de al lado.
—¿Un defecto? —preguntó la reina muy preocupada.
—La niña será muy agraciada por fuera, pero un poco torpe e ingenua. Pero, no os preocupéis, porque no será así siempre —contestó el hada con una voz muy extraña.
Pasaron los años y Riquete, con su típico tupé, se hacía cada vez más bondadoso y sabio. Pero no era feliz. Su aspecto era bastante feo y, por eso, ninguna doncella le miraba.
La princesa, al contrario, cada día gustaba más a los jóvenes por su belleza, pero todos se alejaban de ella cuando abría la boca para decir algo.