NARRADOR
Una vieja tortuga, se asoleaba en el borde de la laguna, mientras veía una majestuosa águila desplegando sus anchas alas, y volando en la montaña.
ÁGULA
¡Hola!, ¿Cómo está hoy señora tortuga?
TORTUGA
Bien, gracias. (Suspirando)
aunque estaría mucho mejor si pudiera ver todo desde las alturas como lo haces tú. Solo que ninguna de mis amigas aves ha querido enseñarme a volar.
NARRADOR
La señora tortuga sufría mucho porque estaba cansada de cargar siempre su caparazón y de arrastrarse sobre la tierra.
ÁGULA
¿Y que gano yo si te llevo conmigo por los aires, lo más alto que pueda?
TORTUGA
En el fondo de esta laguna hay incontables riquezas, serán todas tuyas si me enseñas a volar.
ÁGULA
Entonces te enseñaré al volar.
NARRADOR
Entonces, el águila tomó con sus garras a su nueva amiga y se remontó por el azul del cielo. Volaron y volaron entre las nubes. (El águila abraza a la tortuga y sube con ella los escalones escondidos en la montaña simulando volar, hasta llegar a la cima).
TORTUGA
¡Estoy volando!
ÁGULA
Ahora que sabes cómo se hace, ¡vuela tú sola!
TORTUGA
(El águila afloja las alas y suelta a la tortuga, la tortuga cae desde la cima de la montaña, por lo que no debe ser muy alta, al chocar contra el suelo suelta pedazos de su caparazón y se queja)
¡ay!, pero que dolor tan grande
NARRADOR
Así la pobre tortuga perdió su bello caparazón que tanto la protegía del mundo cruel, ¡todo por renegar de su suerte natural!…
NARRADOR
No hay razón para envidiar la vida de los demás, cada uno tenemos cualidades propias que nos distinguen, y podemos engrandecerlas si nos concentramos en ellas y no es ser como otros.
NARRADOR
No hay razón para envidiar la vida de los demás, cada uno tenemos cualidades propias que nos distinguen, y podemos engrandecerlas si nos concentramos en ellas y no es ser como otros.