Pero . . . Cuando el pez Arcoíris
quiso contestarle, Octopus ya había desaparecido.
“¿Qué regale mis escamas? ¿Mis preciosas escamas brillantes?
–pensó el pez ellas Arcoíris, horrorizado. ¡De ninguna manera! ¡No! ¿Cómo
podría ser feliz sin?”
De pronto, sintió que alguien le
rozaba suavemente con una aleta. ¡Era otra vez el pececito azul!
- Pez Arcoíris, por favor, ¡no seas malo! Dame una de tus escamas
brillantes, ¡aunque sea una muy, muy pequeñita! El pez Arcoíris dudó por un
momento. “Si le doy una escama brillante muy pequeñita –pensó-, seguro que no
la echaré de menos.”