Cuando sabía que algún amo pegaba a sus esclavos, se presentaba en la casa y con súplicas o con autoridad les pedía que no los azotaran. Su confesionario estaba reservado para los esclavos, mientras que grandes personajes de la ciudad tenían que hacer cola detrás de ellos si querían confesarse con el jesuita.
Además acudía regularmente a la leprosería, Hospital de San Lázaro, cuidada por los Hermanos de San Juan de Dios. Allí barría, arreglaba las camas y daba de comer a los enfermos. Conseguía mosquiteros, limosnas, medicinas y comida para aquel pobre hospital. Los días de fiesta les llevaba una comida más elaborada y, a veces, hasta una banda de música.