“La virtud, de acuerdo con
la concepción utilitarista, es un bien de este tipo. No existe un deseo originario
de ella, o motivo para ella, salvo su producción de placer y, especialmente, su
protección del dolor. Pero mediante la asociación que se forma puede ser
considerada como buena en sí misma y deseada en este sentido con tanta
intensidad como cualquier otro bien. Con una diferencia: la de que mientras que
el amor al dinero, al poder, la fama, etc. pueden convertir al individuo, y a
menudo así sucede, en un ser nocivo para los demás miembros de la sociedad a la
que pertenece, no hay nada que le haga más beneficioso para los demás que el
cultivo y el amor desinteresado de la virtud.
Consecuentemente, el
criterio utilitarista mientras que tolera y aprueba todos aquellos otros deseos
adquiridos, en tanto en cuanto no sean más perjudiciales para la felicidad
general que aliados de ella, recomienda y requiere el cultivo del amor a la
virtud en la mayor medida posible, por ser, por encima de todas las demás
cosas, importante para la felicidad.”
John Stuart Mill:
Utilitarismo, IV.