Qué tristeza sintió el cangrejo más joven al escuchar aquellas palabras. También se compadeció de su amigo, que en su afán de creerse mejor que ningún otro animal marino, ni siquiera era capaz de darse cuenta de que todos los de su especie andan de lado y con las patitas curvadas, para protegerse así de cualquier posible enemigo corriendo más veloces. Tan pendiente estaba el cangrejo viejo de sacar defectos a los demás, que no conseguía ver que él tampoco era perfecto.
Y es que amiguitos, como reza un famoso refrán, es muy, muy importante que, antes de ver “la paja en el ojo ajeno”, veamos “la viga en el propio”.