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“Durante toda mi vida”, dice Michael Ende, autor entre otras obras de Momo y La historia interminable, “he procurado no convertirme en lo que hoy en día llamamos adulto de verdad, o sea, ese ser mutilado, desencantado, banal […]. Yo creo que en toda persona que todavía no se ha vuelto completamente banal, completamente no-creativa, sigue vivo ese niño. Creo que los grandes filósofos y pensadores no han hecho otra cosa que replantearse las viejísimas preguntas de los niños: ¿de dónde vengo?, ¿por qué estoy en el mundo?, ¿a dónde voy?, ¿cuál es el sentido de la vida? Creo que las obras de los grandes escritores, artistas y músicos tienen su origen en el juego del eterno […] niño que hay en ellos […], ya tengamos nueve o noventa años; ese niño que nunca pierde la capacidad de asombrarse, de preguntar, de entusiasmarse; ese niño en nosotros, tan vulnerable y desamparado, que sufre y que busca consuelo y esperanza; […] que constituye hasta nuestro último día de vida, nuestro futuro”. Para este escritor, hay filósofos y artistas en el mundo porque: