Acompañado de sus intérpretes, Claver acudía al puerto llevando al brazo un canasto cargado de plátanos, naranjas, limones, pan, vino y tabaco. Luego, descendía a las bodegas del navío donde por más de cuarenta o cincuenta días habían permanecido amontonados en condiciones inhumanas los esclavos de África.
Ante los ojos desorbitados de terror, hambre y cansancio de los pobres africanos, les decía que él quería ser su padre y pretendía tratarlos bien; que no iba con intención de hacerles daño, como ellos creían, sino para quererles y enseñarles la buena noticia de Jesús. Si alguno llegaba en peligro de muerte, él mismo lo envolvía en su manto y lo llevaba a un hospital.