Empezada la misa, el emperador y la emperatriz bajaron del trono chico para ir a las gradas del altar, donde el obispo consagrante hizo a ambos la unción sagrada en el brazo derecho, entre el codo y la mano.
Se trasladaron entonces al trono grande y al terminar la coronación el obispo se dirigió a la concurrencia y dijo: “Viva el emperador para siempre”.
A la puerta de la Catedral esperaban dos obispos, los cuales dieron agua bendita al emperador y emperatriz, quienes siguieron hacia el trono chico.
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