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NUDO

Hacía mucho tiempo que los animales del bosque querían averiguar a qué sabía la luna. "¿Será dulce?", "Yo creo que es salada", se decían. Y todas las noches la miraban en el cielo, se estiraban e intentaban alcanzarla, alargando el cuello y las patas. Aunque nunca ninguno, ni siquiera el animal más grande, consiguió llegar a ella.

Lo saboreó complacido y después fue dando un pedacito al mono, al zorro, al león, a la cebra, a la jirafa, al elefante y a la tortuga. Y la luna tuvo exactamente el sabor a aquello que más le gustaba a cada uno. Aquella noche, los animales durmieron muy, muy juntos. Y el pez, que lo había visto todo y no entendía nada, dijo: ― ¡Vaya, vaya! Tanto esfuerzo para llegar a esa luna que está en el cielo, ¿acaso no verán que aquí, en el agua, hay otra más cerca?

Una noche, la pequeña tortuga subió a la montaña más alta decidida a tocarla. Desde allí arriba, la luna parecía estar más cerca. Pero aún así no la alcanzó. Así que llamó al elefante y le dijo: ― Súbete sobre mi caparazón, tal vez así lleguemos a la luna. Pero la luna pensó que se trataba de un juego y, a medida que el elefante se iba acercando, ella se iba alejando poco a poco. Como el elefante no pudo tocar la luna, llamó a la jirafa: ― Si te subes a mi espalda, a lo mejor la alcanzamos. Pero al ver a la jirafa, la luna se distanció un poco más. La jirafa estiró y estiró el cuello cuanto pudo, pero no sirvió de nada. Y llamó a la cebra: ― Si te subes a mi espalda, podremos acercarnos más. La luna empezaba a divertirse con aquel juego, y se alejó otro poquito. La cebra se esforzó mucho, mucho, pero tampoco pudo tocar la luna. Y llamó al león: ― Si te subes a mi espalda, quizá podamos alcanzarla. Pero cuando la luna vio al león, volvió a subir algo más. Tampoco esta vez lograron tocar la luna, y llamaron al zorro: ― Verás cómo lo conseguimos si te subes a mi espalda ― dijo el león. Al avistar al zorro, la luna se alejó de nuevo. Ya solo faltaba un poquito de nada para tocar la luna, pero seguían sin poder alcanzarla. Y el zorro llamó al mono. ― Seguro que esta vez lo logramos, ¡anda, súbete a mi espalda! La luna vio al mono y retrocedió. El mono ya podía oler la luna, pero de tocarla, ¡ni hablar! Y llamó al ratón: ― Súbete a mi espalda y tocaremos la luna. La luna vio al ratón y pensó: "Seguro que un animal tan pequeño no podrá cogerme." Y como empezaba a aburrirse con aquel juego, se quedó justo donde estaba. Entonces, el ratón subió por encima de la tortuga, del elefante, de la jirafa, de la cebra, del león, del zorro, del mono y… de un mordisco, arrancó un trozo pequeño de luna.