Mi padre me llevó al bosque y el camino señalé, marcándolo con piedrecitas, para así poder volver.
Mi avión es una escoba, negra y fea me verán, persigo siempre a las hadas que al verme se espantarán.
La voz me quitaron para caminar y el príncipe amado me fue a rescatar.
Me pinché con una rueca y cien años me dormí, hasta que el beso de un príncipe, hizo que volviese en mí.
Alto y flaco caballero, justiciero y soñador, que, a lomos de Rocinante, a molinos se enfrentó creyendo que eran gigantes.