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Entonces Don Domingo se quedaba en los suburbios y sólo vendía sus sandías a los revendedores, que después las pregonaban por el pueblo.

Nosotros íbamos a los almacenes a comprarle algunos objetos que no se hallaban en las pulperías de su pago. A veces le leía algunos diarios. Él no sabía leer y me escuchaba asombrado.

Cuando empedraron las calles, ya no dejaron llegar más carretas hasta el mercado.

Cuando yo era niño, Don Domingo venía al mercado con su carreta llena de sandías.

Por aquellas lecturas se daba cuenta que el mundo era muy grande. Yo iba también a la casa del zapatero, a pedirle revistas. Eran éstas de pocas hojas y muy grandes. Traían algunas figuras de colores vivos, con ejércitos y generales, pues aquellos eran tiempos de guerra.

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