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El hombre que se menciona en esta parábola es DIOS, el campo o reino de los Cielos es nuestra alma, corazón y espíritu cuando decidimos darle nuestra vida a Dios. Empezamos con una voluntad muy pequeña, a veces débil, indecisa e incrédula, la semilla cae en terreno muy pobre. Pero en la medida en que dejamos que Dios haga su obra por medio de la semilla que ha sembrado en nuestro corazón nuestra alma se irá haciendo más fuerte.

Esta parábola nos enseña que muchas veces los hombres pensamos que lo merecemos todo y no somos capaces de agradecer a nuestro Creador por el gran don de la vida y ni siquiera correspondemos a su infinito amor con nuestras buenas acciones. Sin embargo, Dios, en su infinita misericordia, no cesa en colmarnos de gracias y brindarnos todo su amor.

Jesús nos enseña que somos como ovejas y que en muchas ocasiones nos alejamos de Dios, nuestro pastor. Esto pone triste a dios, pero Él nunca se da por vencido, sigue buscándonos y nos llama por nuestros nombres. Desea nuevamente abrazarnos, por eso envió a su hijo único, Jesucristo, para salvar a aquello que estaba perdido.

Esta parábola insiste en la alegría que Dios siente cuando un pecador se convierte y vuelve al camino de la salvación.

Esta parábola nos enseña que las semillas que caen en el camino son como aquellas personas que oyen la Palabra de Dios pero no la comprenden, por eso cuando viene el maligno fácilmente arrebata el amor de sus corazones.