1.
EL SAPO ENCANTADOR Había una vez, una princesa que, aburrida de pasar el día tomando el té mientras sus hermanos montaban a caballo y se embarraban con sus amigos jugando a los espadachines, se sentó a la orilla de un estanque, y cuando se inclinó a recoger un barco que había dejado olvidado su hermano menor, se le cayó la diadema de oro que le había regalado, de cumpleaños, su padre ¡La iban a ahorcar! ¿Qué haría cuando la llamaran a cenar? Angustiada, lloró y lloró hasta que la interrumpió una voz ronca que provenía del estanque mismo: -¿Por qué lloras, princesita? -La princesa miró a lado y lado y no vio a nadie. La voz ronca, repitió: -¿Por qué lloras, princesita? -No sea sapo - contestó ella, secándose las lágrimas con la manga del vestido. -¿Y cómo quieres que deje de serlo? - dijo el sapo, que flotaba sobre una hoja en el estanque. Perdóname - replicó la princesa, - he perdido mí diadema de oro en el fondo del estanque y no sé qué voy a decirle a mi padre. -Hagamos un negocio - le propuso el sapo. –Yo voy por tu diadema y, a cambio, me das un beso. -¿Es por lo del encanto? - se burló la princesa, pues ya no creía en los cuentos de hadas. -Sí, claro... -respondió el sapo, guiñando uno de sus ojotes. La princesa aceptó. Entonces el sapo se sumergió y, segundos más tarde, salió con la diadema en la boca, dejando a la princesa en una penosa situación. Nada que hacer: debía cumplir con su palabra, así que tomó al sapo entre sus manos y le dio un beso en todo el centro de su pegajosa boca. Cuando la princesa se disponía a volver al castillo, sintió que se le alargaba la lengua, se le salían los ojos, se le encogían las piernas y la asaltaban unas ganas irreprimibles de saltar y cazar moscas.