Finalmente, durante el siglo X, se estableció el gobierno de la Dinastía de Wessex (519-1125) con Athelstan el Glorioso (927-939).
Finalmente fueron conquistados por el emperador del Imperio Romano de Oriente (conocido posteriormente como Imperio Bizantino), Justiniano (527-565) en el año 553.
Más tarde, dirigidos por Alboino (565-572), conquistaron el norte de Italia y formaron un nuevo reino en el año 568. La hegemonía lombarda en Italia llegó a su fin con la invasión franca de Carlomagno en el año 774.
A comienzos del siglo VI, se instalaron en la Península Ibérica y fundaron su reino con capital en Toledo en ese mismo año.
Luego de arrasar la Galia y saquear la Península Ibérica durante casi veinte años, dirigidos por Genserico (428-477) decidieron establecerse en el norte de África (en el año 428). Desde ahí, saquearon constantemente Italia.
Dirigidos por Clodoveo I (509-511), lograron unificar toda la región (estableciendo la capital en París en el año 508).
Antes de llegar a la Península Ibérica, ocupaban la región sur de la Galia (Reino de Tolosa), de donde fueron expulsados por los francos en el año 507.
En el año 493, dirigidos por el rey Teodorico el Grande (493-526), formaron un poderoso reino en Italia. Este rey fue un admirador de la civilización romana e hizo todo lo posible por facilitar la unión entre los ostrogodos y los romanos vencidos.
La conversión de Clodoveo al Cristianismo facilitó notablemente la expansión, ya que los habitantes de la región aceptaron con menos desagrado la dominación, así como el hecho de que la Iglesia Católica, la institución más poderosa del momento, diera todo su apoyo a este gobierno.
Durante el siglo IX, los reyes sajones de Wessex emprendieron la unificación de los reinos (927) con capital en Londres (lo que supuso la fundación del Reino de Inglaterra).
A mediados del siglo V, las Islas Británicas fueron conquistada por los anglos, los frisios, los sajones y los jutos; lo que dio lugar a una Heptarquía (constituida por los reinos de Essex, Estanglia, Kent, Mercia, Northumbria, Sussex y Wessex).
Durante el siglo VII, el rey Leovigildo (568-586) consolidó la autoridad real, extendió el territorio del reino y dictó nuevas leyes. Su hijo Recaredo (586-601) se convirtió al Catolicismo, consiguiendo la unificación religiosa del reino.
En el año 751, Pipino el Breve (751-768) se convirtió en rey e implantó una nueva dinastía, la Carolingia (751-987).
Posteriormente, Suintila (621-631) unificó toda la Península Ibérica en el año 623.
Varios años después de la muerte de Teodorico, el emperador Justiniano conquistó Italia y puso fin al reino (en el año 553).
La Dinastía Carolingia alcanzó su máximo esplendor con su hijo Carlomagno (768-814), quien se propuso reconstruir el antiguo Imperio Romano de Occidente, lo que dará lugar al Imperio Carolingio.
Durante la segunda mitad del siglo VII, las luchas entre los reyes y los nobles fueron constantes, lo que les debilitó y facilitó la invasión musulmana del año 711, provocando su final.
Se establecieron en la antigua Galia desde el siglo IV (tras derrotar a los suevos, a los burgundios y a los visigodos), en los actuales territorios de Bélgica y Francia.
Establecieron un reino fundamentado en una monarquía fuerte donde el rey se apoyó en instituciones como el Aula Regia (nobles y clérigos asesoraban al rey) y los Concilios de Toledo (asambleas de carácter religioso y civil).
A principios del siglo VIII, el noble Carlos Martel (715-741) frenó el avance musulmán en la Batalla de Poitiers (732).