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El mexicano puede doblarse, humillarse, "agacharse", pero no "rajarse", esto es, permitir que el mundo exterior penetre en su intimidad.

Su inferioridad es constitucional y radica en su sexo, en su "rajada", herida que jamás cicatriza.

"Al buen entendedor pocas palabras" . . .

Corazón apasionado disimula tu tristeza.

El ideal de la "hombría" consiste en no "rajarse" nunca. Los que se "abren" son cobardes.

Frase característica del capítulo 2 del libro: "El laberinto de la soledad".

Viejo o adolescente, criollo o mestizo, general, obrero o licenciado, el mexicano se me aparece como un ser que se encierra y se preserva: máscara el rostro, máscara la sonrisa.

Las mujeres son seres inferiores porque, al entregarse, se abren.