Moraleja: La codicia nunca es buena consejera: nos puede llevar a perder lo que tenemos y a convertir la fortuna en pasajera.
Con arrogancia y soberbia, una liebre se burlaba constantemente de una tortuga por su lentitud. Un día, harta de las agresiones, la tortuga le propuso correr una carrera para ver cuál de las dos era más veloz. La liebre, entre risas, aceptó la propuesta. Finalmente llegó el día de la carrera y todos los animalitos del bosque se acercaron a la línea de partida para ver la competencia. Apenas se escuchó la señal, la liebre salió corriendo a toda prisa. Mientras que la tortuga, con su paso lento pero constante, avanzó por la pista, en la que su competidora no había dejado otro rastro que el polvo que levantaron sus ágiles patas al correr. Relajada y orgullosa por su desempeño, la liebre decidió tomar una siesta cuando le faltaba poco para llegar a la meta, pero ya daba por descontado que sería la ganadora. El problema fue que se quedó dormida. Cuando se despertó, exaltada, vio a lo lejos que la tortuga estaba a dos pasitos de la línea de llegada. Corrió con todas sus fuerzas pero, cuando alcanzó la meta, ya era tarde. La tortuga había ganado y era aplaudida y ovacionada por todo el público.
Una rana descansaba a la orilla del río hasta que la aparición de un escorpión la puso en alerta. Apenas el arácnido le dijo las primeras palabras, la rana se tranquilizó: — Ranita, ¿serías tan amable de montarme en tu lomo para que pueda atravesar el río? Prometo que no te picaré. Si lo hago, ambos nos ahogaríamos— le dijo el escorpión. Luego de analizarlo un rato, en silencio, la rana aceptó el pedido del escorpión. Lo invitó a subirse a su lomo, se zambulló en el río y empezó a nadar. Pero, en medio del trayecto, la rana sintió un fuerte pinchazo y un profundo dolor: el escorpión, pese a su promesa, la había picado. Asustada y débil al mismo tiempo, la rana le preguntó a su pasajero por qué lo había hecho, y le advirtió que ambos morirían. “Es que es mi naturaleza, no pude evitarlo”, argumentó el escorpión, mientras ambos se hundían en el agua.
Caía el sol y el león solo tenía planificado descansar. Había sido una ardua jornada de caza, por lo que decidió recostarse debajo de un árbol a dormir una pequeña siesta. De repente, sintió algo en su cara. Abrió los ojos y se dio cuenta que un pequeño ratón subía por su nariz. Malhumorado, el león lo agarró de la cola y cuando estaba por metérselo en la boca para comérselo, escuchó la fina vocecita del ratón, que le pedía que se apiadara de él. El animalito le prometió que, si no lo comía, algún día se lo pagaría. Esta promesa, dibujó una sonrisa en la cara del león. Se preguntó cómo ese diminuto animalito podría ayudarlo algún día. Así y todo, le perdonó la vida. Apenas unos días más tarde, el león quedó atrapado en la red de un cazador. Desesperado, comenzó a pedir ayuda a los gritos. El ratón, que se encontraba por allí, reconoció su voz y salió corriendo a asistirlo. Con sus filosas paletas, rompió la red que lo envolvía y lo liberó. “Hasta un pequeño ratón puede ayudar a un león”, dijo el ratón, orgulloso de haberlo liberado.
Moraleja: La vanidad y el exceso de confianza nos pueden jugar una mala pasada. Nunca te burles de los demás por no tener tus mismas habilidades, porque pueden tener otras. La perseverancia y la constancia rinden sus frutos
Una pareja de granjeros compró la gallina más gorda y rebosante del mercado. A la mañana siguiente, cuando fueron a buscar los huevos al gallinero se toparon con que la flamante gallina había puesto ¡un huevo de oro! Este extraño suceso se repitió cada día. Sin salir de su asombro, a la pareja se le ocurrió que si mataban a la gallina, podrían hacerse de todos los huevos de oro al mismo tiempo sin tener que esperar a que ponga un único huevo por día. El problema fue que, cuando la mataron, en el estómago de la gallina no encontraron nada. Se quedaron sin la gallina y sin los huevos de oro.
Moraleja: No intentes engañarte con alguien creyendo que es o puede ser igual que tú. Siempre habrá personas que sacarán su maldad sin importarles las consecuencias de sus actos, incluso cuando éstos puedan dañarlos a ellos mismos.
Moraleja: Los actos de bondad siempre son compensados. Nunca menosprecies la ayuda de nadie, ni de los más débiles: todos pueden ayudar.
Moraleja: No le eches la culpa a los demás por tus fracasos. Uno debe aprender a ser responsable de sus actos. Con mayor esfuerzo y dedicación, quizás la próxima vez, alcances tu meta.
Una zorra que dormía bajo una vid, se despertó hambrienta y, en seguida, vio un racimo de uvas muy tentador sobre su cabeza. Quiso alcanzarlo pero fue en vano: su pequeña estatura no se lo permitió. Trató de treparse al árbol, dio saltos, estiró sus patitas, hasta que se dio por vencida. Mientras se alejaba del árbol, resignada, vio que un pequeño pajarito había estado observándola y se sintió avergonzada. Rápidamente se acercó al ave y, enojada, le dijo: “Cuando salté, me di cuenta de que las uvas no estaban maduras. Mi paladar es muy exquisito. Si no, me las hubiera comido”. Y, dándole la espalda al pajarito, que no alcanzó ni siquiera a responderle, la zorra se alejó.